domingo 12 de mayo de 2024

Lenguaje inclusivo y bla bla bla...

martes 27 de febrero de 2024

La normativa de la lengua y el habla de nuestro idioma la hace la Real Academia Española (RAE). Vela por la unidad de la lengua española; pero no por su uniformización. Para ello tiene varias instituciones: Diccionario Principal, Diccionario Panhispánico de Dudas, Observatorio de Palabras, Diccionario Provisional, Diccionario de Americanismos y más. Esta normativa no es impuesta verticalmente desde la institución para que todos seamos obedientes. Es exactamente al revés. El pueblo habla como quiere, no por antojadizo sino para comunicarse. Inventamos palabras, formas y gramática que evolucionan hasta que la RAE homologa, reglamenta o normaliza.

Hay mucho para considerar sobre esto: cultura, tradiciones, idiosincrasia, regionalización y mucho más. Es complejo por una simpleza: se trata de la comunicación humana. Y la RAE está dando pasos hacia la legitimación del lenguaje inclusivo, aunque a muchos esto no les guste. Pero a quienes resisten les digo que, lamentablemente para ellos, nuestro idioma es viejo, sólido, riquísimo y en movimiento. Y está tan vivo que cada oleaje de evolución ahoga a los que no saben nadar o a los no saben nada.

No hay regla rígida para un idioma que cambia, muta, reproduce formas y palabras, multiplica significados y modifica significantes con bases en el parloteo incesante de 500 millones de hispanohablantes desparramados por el mundo; fogoneado por poetas, escritores, intelectuales, filólogos, lingüistas, periodistas y el pueblo. Imaginate. Solo un necio puede pretender la uniformización idiomática.

Hace 50 años no se hablaba igual que ahora. Por ejemplo, la palabra “fermosa” aparece en el diccionario principal de la RAE como “en desuso” y te manda a la palabra “hermosa”. Ya nadie la usa, excepto los formoseños, por así decirlo. Los monosílabos con tilde están siendo replanteados día a día: la palabra “fue” antes era “fué”. Hace muy poco tiempo se eliminó la tilde del adjetivo “solo” aún cuando pueda ser reemplazado por “solamente” y cuando no haya riesgo de ambigüedad con el adjetivo “solo”, caso contrario debe escribirse “sólo”. Miles de palabras de uso corriente fueron en su momento neologismos resistidos a los que el tiempo sepultó en el olvido. Hay mucho en la evolución de un idioma que está vivito y coleando. Ni siquiera la forma de los caracteres y fonética son rígidos. Todo cambia, aunque no nos guste por nuestro entendimiento traidor.

Y así es como el tiempo hace que nuestro idioma siga siendo nuestro. Insisto: hablamos como queremos. Si cuaja, aparecerá la regla. Y para cuajar solo se necesita el bendito uso corriente. Entonces —a la larga o a la corta— aparecerán las reglas, los significados, la gramática. No puede imponerse una forma de hablar; esto es fascismo. Reconozco que me cuesta expresarme inclusivamente pero estoy contento de comunicarme en una lengua viva y, por ende, con diversidad. Y me siento casi feliz por estar presenciando una nueva forma en nuestro idioma: el lenguaje inclusivo.

Hay activismo serio en esto. No es un asunto llevado adelante por tilingxs que no saben de qué se trata o por “ocurrencias huecas e ideológicas de odio al patriarcado”, como califican detractores aterrorizados por la evolución. Hay gente formada e informada impulsando y usando el lenguaje inclusivo. El lenguaje inclusivo no resignifica palabritas sueltas por capricho. Podemos ver que la acción del uso específico o ampliado de unas simples letras, glifos y caracteres están conquistando enormes territorios del universo humano y la igualdad de género: la “x“, la “e” y la “@”. El próximo paso es definir la fonética de la “x” y del signo “@” para consolidar su uso en beneficio del lenguaje inclusivo. La letra “c” está para ayudarnos: tiene dos sonidos muy diferentes. Por ejemplo: las palabras “acera” y “casa” exponen la doble fonética de la tercera letra de nuestro alfabeto. Esto me resulta tan fantástico como divertido, a la vez que es un regocijo intelectual. ¡Viva el idioma español!

Nosotros seguimos hablando esta lengua que, en su momento, fue considerada un malsano dialecto de Castilla. Las prohibiciones no vienen de los académicos de la Real Academia, provienen de lingüistas con ansias de imposiciones culturales y configuran una marca de totalitarismo cultural ideológico con actitud de adoración al rígido Dios de la Lengua sentado en un impoluto trono en Talavera de la Reina. Hay sustancia como para considerar que nos mantiene vivos un idioma vivo con cimiento para llegar a alturas mayores.

Palabrotas en La Pampa

“Vigüela, añuda, alquiridas, ande, dende, letrao” y muchas más, son palabras con las que nos relacionamos desde la escuela primaria ¿Qué son estas impuras perversiones lingüísticas? Pues están en “El gaucho Martín Fierro”, de José Hernández; obra de alto rango en nuestra literatura. Y estas palabras de las pampas no aparecen en el diccionario de la lengua española. Sin embargo ¿no se entiende lo escrito por Hernández y puesto en boca de Fierro? ¿se le ocurre a alguien abolir estos versos por las barbaridades que aparecen escritas? No, al contrario. Nosotros decidimos que es parte de nuestra identidad cultural. ¿No hablamos, acaso con estas formas?: “No te via contá naa malo de esta obra” o “Se fue loo de joda al bañado La Estrella”. Pero cuando se trata de género la acusación y descalificación no se hace esperar: Somos unos miserables ideólogos perpetradores de retorcidos crímenes lingüísticos a los que deberían meternos en un psiquiátrico, cortarnos la lengua, extirparnos las cuerdas vocales, con lobotomía incluida. No sea cosa que sobrevivamos balbuceando en lenguaje inclusivo.